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Autor: Redaccion ED2

  • Bajá, culiao

    de Gianluca Autiero

    Las montañas del pueblo de Uquía, en la Quebrada de Humahuaca, suelen llevar a quien las visita al silencio, a la introspección y a momentos auráticos. Su geografía variada, sobre todo en su Quebrada de las Señoritas, regala colores, trekkings y fotos que sacan el aliento. Su centro, tranquilo y desierto, se refuerza con una iglesia y un cementerio. Un acercamiento 100% genuino a la región y su gente. Eso suele ser.


    Es febrero y la Quebrada está de Carnaval, días de música, sonrisas descontracturadas y noches de baile y alcohol. Los locales no pueden evitar el brillo en sus ojos cuando te cuentan sobre las actividades que se reparten por cada pueblo en esa semana. Orgullosos te explican que esperaron todo el año por su llegada, uno cargado de laburo, de cosas buenas y malas, y de esperanza, cómo no.

    Cada pueblo tiene algo con lo que resalta: sus comparsas, sus peñas, su día de comadres y compadres. Todos comparten la risa genuina de quien sea que, por azar o fortuna, esté en la Quebrada esa semana que empieza con el desentierro del diablo, una tradición que es cada vez más trendy.

    La bajada de los diablos es la que se lleva las luces, las coberturas en vivo, el aluvión de gente que en ese tiempo de locura hace de Uquía un mundo increíble. Si, ese que era un pueblo chiquito y de centro fantasmagórico, sin mucho ruido que ofrecer más que el de su naturaleza, por un par de días es el protagonista del Carnaval. 


    Mirarla desde arriba

    “Bajá culiao, bajá culiao”. Sopla el viento y estamos a la espera de que bajen mujeres y hombres, nenas y nenes vestidos de colores y diseños llamativos. El Cerro Blanco es la pista graciosa que les hace de pasarela o tobogán según el caso. Los vivos de acá y de allá escalan el cerro y se sientan a mirar al pueblo repleto con las montañas imponentes de fondo. El viento sopla y susurra cosas, pero no nos importa, somos vivos.

    El vino blanco caliente y el paisaje hipnotizante, la gente abajo que se tira espuma y los polvos de colores que vuelan por el cielo despejado, la espera dulce y la seguridad de que estamos por presenciar algo único y que va a valer la pena obnubilan un hecho: hay que bajarse del Cerro, si no los Diablos se quedan allá arriba escondidos. Tiene sentido.

    Estar fuera de lugar es una vergüenza, saberse odiado por grupos de cordobeses gritones y habitantes del lugar que piensan en la estupidez del turista promedio también. Bajar apurado, bajo los efectos del vino y con otros irresponsables más detrás tuyo que también quieren perderse en la multitud por la vergüenza, no está muy bueno. Cosas de vivos.


    Para arriesgadxs

    Quien pase por Uquía el día de la bajada de los diablos, si puede debe tomarse el riesgo y el tiempo de subir al cerro y mirar a las personas, tomar aire, llenarse los pulmones y los ojos de montaña inmensa y alegría. Después, debe bajar, no sea que por boludo el viento se ponga en su contra y el Carnaval no empiece por culpa suya.

    Aunque, no se debe asustar, en esos días en la Quebrada todo es relativo, y cada respuesta es la correcta. La única certeza es que el Carnaval de todas formas va a empezar, a fuerza de colores estridentes y mucha música, va a inundar las calles de cada pueblo de esa parte del país. No es necesario pedirle que baje de ningún lado, él ya está dentro de su gente y de quien lo vistita, que también recibe una parte de él.


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  • Experiencia Calchín

    El Calchín que yo conocí ya no es el mismo. Ahora es más famoso, por el Julián . Pero en esa época, cuando yo era chico, cada vez que le contaba a alguien que me iba de vacaciones a Calchín me preguntaban “¿dónde queda eso?”.

    Cuando les contaba que era un pueblo de Córdoba, me decían “Te vas a las sierras”. No, Calchín no tiene sierras, está en el llano, a 110 al sur de la capital. No tiene ningún atractivo turístico: no hay montañas, ni termas, no tiene viñedos, ni siquiera un balneario.  Por eso, para mí, es el lugar más turístico de todos: el turismo no es otra cosa que experiencia vivida.

    El Julián lo hizo mundialmente famoso justamente por eso, porque él ganó un mundial. Ahora hasta le hacen móviles en vivo en los noticieros nacionales. ¿Y qué veo en esos móviles? Calles pavimentadas, barrios, cámaras de seguridad, “adelantos” y hasta un parque industrial. Pero mi Calchín ya no está más.

    En 1970 yo tenía seis años y todavía faltaban treinta para que el Julián naciera. Yo iba a Calchín dos veces por año porque mi mamá había nacido ahí y estaba toda mi familia.

    Íbamos a la casa de mi abuela. Una construcción antigua, con paredes de ladrillos visto, ventanas de hierro con celosía, techos altos, sin baño, con un escusado al fondo y sin agua corriente. En el patio estaban las dos fuentes de agua:  el aljibe (de donde sacábamos agua para tomar) y la bomba (con agua para lavar). Muchas casas eran así. 

    En la ciudad en la que yo vivía si había baño y agua corriente. Así que una bomba y un aljibe eran magia pura. La casa estaba sobre una avenida recubierta con una capa de arena gruesa que evitaba el barrial de los días de lluvia, con una arboleda de cipreses altísimos del lado sur para atajar el viento y más allá la ruta 13, que la conecta con la ciudad de Córdoba.

    A la hora de la sienta el único que andaba por la calle era el viento, que silbaba entre las hojas de los árboles para hacerse notar.

    Era un pueblo muy chico, apenas dos mil quinientos habitantes, donde todos se conocían y los de afuera resaltábamos. Un día, yendo de la casa de mi abuela a la de mi tía, que estaba en la otra punta del pueblo, me perdí y me puse a llorar. Alguien que pasaba me preguntó quién era y me indicó como llegar.

    Donde yo vivía conocía a todos los de mi cuadra, pero conocer a todos los habitantes de un pueblo era una rareza absoluta.  En los veranos calurosos, cuando iba al club, que ahora lleva el nombre del Julián, resaltaba como una mosca en la leche y, por un rato, acaparaba todas las miradas. Una sensación de extrañeza orgullosa que solo ahí sentía y que buscaba permanentemente en las despensas, los quioscos, en la plaza. Eso era, yo iba a Calchín a sentir.

    Pero lo que más me llamaba la atención era que todos en el pueblo parecían ser mis parientes. Muchísimos conocían a mi papá. Después entendí por qué. Mi familia paterna fue de los fundadores de Córdoba. Llegaron de Portugal en el 1600 y pico y fueron dueños de una gran parte del territorio donde ahora hay varios pueblos y ciudades, entre ellos Calchín. Hay monumentos de mis antepasados en algunos de ellos. Hasta con el Julián somos parientes. 

    En aquella época yo no sabía nada de esto. Simplemente, la pasaba bárbaro durante las siestas silenciosas, llenas de viento y torcacitas. O siguiendo con la mirada el cruce de las gallinas del patio de mi abuela al del vecino. O haciendo mil preguntas a mi tío mientras trabajaba en su taller mecánico; haciendo eco en el aljibe o comiendo los ravioles de mi abuela; escuchando las charlas interminables de mis padres y mis tíos o haciendo chistes con mi primo sobre su tonada y la mía. 

    La cantidad de árboles en las veredas, el piso de lajas de la plaza, las calles anchísimas. La iglesia con su frente curvo y sus bancos con los nombres de la familia que lo donó. El club donde los muchachos se juntaban a jugar a las cartas y tomar vino; el cine y la heladería de mi tío. El sabor de esos helados. Las veredas de ladrillos. Las facturas inmensas y el pan casero. La amabilidad en la atención de los comerciantes; el cementerio. Todo era fantástico para mí.

     Y cuando volvía a mi casa extrañaba esas sensaciones. Cada tanto pasaba mi primo con el camión rumbo a Buenos Aires y se quedaba en casa y charlábamos horas o se quedaba mi abuela y cocinaba sus ravioles, pero ni las charlas ni los ravioles tenían el mismo sabor que en Calchín.  ¿Le pasará al Julián lo mismo?

    Evocando Calchín, reflexiono sobre el turismo. Y digo: turismo es experiencia.  Podés aburrirte en la torre Eiffel y pasarla bomba en el medio de la nada, si estás en sintonía. Cómo poder regresar alguna vez a esa sensación…

  • Voyage: el último viaje de ABBA

    de Gianluca Autiero

    Mientras el mundo se asoma a comprobar si vuelven los Oasis al desierto musical, vale la pena escribir de una reciente vuelta histórica. Hace exactamente tres años ABBA retomaba el camino de la canción. Sin muchos bombos ni platillos, rompió un silencio de cuarenta años con Voyage (2021), su último álbum.


    Para los artistas suecos no habrá sido fácil volver a subirse al tren después de tanto tiempo, especialmente para quienes hacen de A en el cuarteto. Una es miembro de la realeza y otra que escapa a los reflectores. Pero hay viajes que no pueden negarse.

    El tren sueco

    Cuando ABBA anunció por altoparlantes que se venía un nuevo recorrido, lo hizo con dos temas completamente antagónicos: Don’t shut me down y I still have faith in you . Estas dos promesas congregaron a una multitud hipnotizada que ya se empezaba a agolpar en las puertas de un tren que prometía un “bon voyage” lleno de recuerdos y novedades.


    La sorpresa es que cuando al fin se abrió el paso del público al álbum, ellos se encontraron con lo inesperado. El viaje no era lineal. Just a notion, un clásico instantáneo, se había grabado en 1978 y estuvo guardado en la guantera de los maquinistas sin pena ni gloria hasta esa ocasión. El viaje me generaba dudas, pero me atrapó ¿A dónde vamos?

    Déjà vues y canciones infinitas que no se saben cuándo empiezan ni cuando terminan ¿en qué año estamos? El tres nos regaló una melodía conocida parecida a SOS de 1975 pero con otro nombre y una historia igual de real, llegaba Keep an eye on Dan con una premisa moderna, algo melancólica y una sorpresa: el primer un insulto en una tema de ABBA ¿En qué mundo estamos?


    Las sensaciones, mientras vamos yendo y viniendo por los vagones, también se confunden. La banda no perdió su habilidad de encontrar tonos inexplorados como en I can be that woman aunque, para no perder su esencia, los suecos también ofrendaron tres temas de esos tontos y sin tantas vueltas: No doubt about it, When you danced with me y Little Things.

    El viaje de ABBA no se queda en el presente ni en el pasado: apunta al futuro. El tren es algo más que una circunstancia que nos lleva de un punto a otro; quiere llegar a varios lados y busca dejar un mensaje, en un mundo que los sigue necesitando tanto como en los 70´. En Bumblebee el grupo acepta el tiempo actual con sus incertidumbres y se pregunta si vamos a estar bien.

    “…hay viajes que no pueden negarse.”

    El bocinazo final, antes de chocar con la inmortalidad, lo dan con Ode to freedom. Un himno solemne, un tanto extraño para la banda de los trajes raros. El paso de los años y una humanidad cada vez más dividida podrían frustrar incluso a los grandes. Pero ABBA cierra su historia cantándole a la esperanza y a la libertad.


    La nostalgia de la vuelta y el espíritu intacto hacen que Voyage (2021) sea un tren seguro en el que subirse y perderse. Los vagones son casi infinitos y sus destinos también. Si la propuesta no te llama, esta gente te va a esperar igual, ellos saben que a veces la historia se toma su tiempo. Pero tarde o temprano vas a estar dentro para disfrutar de sus maquinistas originales o, en su defecto, de sus abbatares modernos.

  • César González:  “El problema no es que no nos ven, sino el cómo”

    Por Gianluca Autiero


    Cesar González es poeta y cineasta, conocido por su arte y su origen popular. En el Conurbano bonaerense nació, creció, estuvo preso, quedó libre y vive a día de hoy. Desde ahí levanta su voz en defensa de los más humildes. En esta entrevista para Julio Leiva en su Caja Negra, César habla de las oportunidades, las representaciones y las luchas que tiene la gente de la villa en el arte.

    JL: ¿Los directores de cine son todos de clase alta?

    CG: La gran mayoría si y no lo digo solo yo. En cualquier festival de cine nacional o internacional se ve claramente en sus rostros de donde viene cada uno. Quizás te cruzas a alguien de clase media y te cuenta que fue titánica la manera con la que pudo llegar a filmar. Pero bueno, más sentido tiene la batalla, porque hay que darlas. Hay que reclamar que tenemos derecho a construir nuestras propias imágenes. A las imágenes que siempre se han creado sobre la villa ridiculizándolas o banalizándolas hay que responderle con otras.

    Muchos años caí en la trampa de creer que el problema era la invisibilización, pero prendo la tele, veo una publicidad o una serie que se va a estrenar y estamos. En realidad, estamos por todos lados, hay una sobrerrepresentación del universo villero en la cultura Argentina. El problema no es que no nos ven, sino cómo nos ven. Ahí es donde hay que atacar, en el cómo.

    JL: Hay también una cuestión de representación, el sistema está hecho para quienes viven ahí no lleguen a lugares de representación. Son pocos los casos, tenés el caso de algún diputado…

    CG: Si, en la política por suerte está existiendo. Hay figuras que han llegado al Congreso Nacional que vienen de la villa pero en el arte es mucho más difícil. Al artista la ciudadanía le adjudica mas sensibilidad, desde mi punto de vista eso es erróneo. Creo que el mundo artístico es muy miserable, es bastante mezquino y egoísta. Corre muy por detrás de la política. Suele creerse superior el artista al político y creo que no es así

    JL: ¿En qué sentido lo decís?

    CG: Cuesta menos aceptar que un villero llegue a la política que un villero legue a tener un lugar importante en el arte, y si lo llega a tener va a ser siempre bajo un lugar de tutela, tutelado. Como pasa con el género del RKT.

    JL: ¿Se tolera una Zaracho en la Cámara de Diputados, pero no un L-Gante?

    Yo creo que sí se tolera un L-gante.  Una figura como él despierta pasiones oscuras por su estética y porque también es como el prototipo que la clase media quiere. “Solamente quiero que los negros de la villa me hagan bailar y divertirme, pero para hacerme pensar no. Ustedes no están para hacerme pensar, nosotros les enseñamos a pensar a ustedes”.

    Esa es la organización de la cultura, si estamos dentro de la cultura es para cuestiones lúdicas no para cuestiones filosóficas. Te cierran una puerta un montón de décadas, te la abrieron y una vez que pasaste te ponen un montón de condiciones para que entres.

    Podés ver la entrevista completa aquí

  • Península Valdés te obliga a volver

    por Gianluca Autiero


    Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver cantó un sabio español, pero uno que es argentino y terco insiste en que su caso va a ser diferente, y tiene razón.

    Tierra de acantilados y atardeceres dorados

    Península Valdés le escapa a todo; a la lógica del no retorno, al abrazo de su madre Chubut que nunca llega a tomarla del todo y también, al paso del tiempo.


    Importan poco, en un lugar como este los negocios carísimos del centro que te tiran peluches por la cabeza a precio internacional, tampoco los carteles bilingües, ni la gente que va y viene sin pena ni gloria; modelos desfilando en una pasarela que se lleva todas las miradas.

    Tampoco llega a decir lo suficiente el reconocimiento de la UNESCO que le dice que es Patrimonio de la Humanidad.

    
    
    
    
    

    Lo realmente único de Península es el saberse en un lugar donde orcas, ballenas, focas, pingüinos, lobos marinos, guanacos, zorros, aves y más, se sienten cómodos de existir. Donde el sol, la luna y las estrellas se funden con la arena, las rocas y los acantilados en la canción del viento, y a sus lados, dos golfos les hacen de segunda voz.

    Una geografía que le hizo compañía feliz a dinosaurios, animales, a bichos de campo, peces de ciudad, a un nene de ocho años y a un casi grande de veintidós, y que promete a quien se anime a visitarlo mostrarle una magia que no se borra con los años y que lo invita a volver


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    La Perla del Atlántico

  • La Perla del Atlántico

    Por Natalia Cejas

    Mar del Plata historica

    Mar del Plata, Mardel, “La Feliz” es el principal centro turístico de la Argentina. Durante las primeras décadas del siglo XX las clases altas la eligieron como el lugar ideal para disfrutar de las vacaciones. A partir de la década del ’40, con el peronismo y la sanción de nuevas leyes laborales, la clase trabajadora también llegó a sus costas. La mayoría de las familias bonaerenses la elegían y la siguen eligiendo. La mía no fue la excepción.

    Compartimos casa con algunos amigos de la familia, alquilamos algún depto, visitamos a una tía que se fue a vivir allí a mediados de los años noventa. Tuvimos varias locaciones. Antes de que yo naciera mi abuelo llegó a tener un chalet en Punta Mogotes, en su época dorada.

    El plan era ir a la playa embadurnados en Sapolan o Rayito de sol, meterse al mar, edificar castillos de arena, jugar a la paleta, barrenar en una tabla de Tergopol. Comer churros, choclos, barquillos, sanguchitos, tomar coca y mate. Volver cuando caía el sol y se levantaba el viento. Para los días de lluvia la primera opción era siempre ir a Sacoa.

    Después del ´98 se nos complicó ir; la crisis estaba a la vuelta de la esquina. Pero cinco años después, con el repunte económico, fui por última vez con mis viejos en Semana Santa. Apenas cuatro días. Viajamos en tren porque era más barato que el micro. Fue también el último viaje familiar.

    Cuando empecé a viajar por mis propios medios elegí otros destinos: el sur, el norte, las sierras, el mar uruguayo. Hasta fui a otras playas bonaerenses. Tenía cierto resquemor por volver. Sentía que era un destino fácil, aburrido y poco original.

    Mis dos primeras aproximaciones adultas fueron en temporada baja. Una vez en noviembre, porque un amigo que tenía casa me invitó, y otra en septiembre, por trabajo. Parecía otra ciudad. No estaba llena de gente: se podía estar sentado en la playa tomando mate en silencio, no había que hacer filas interminables para comprar cualquier cosa, la rambla al atardecer era disfrutada por los marplatenses que andaban en bicicleta o rollers. Estas experiencias hicieron cambiar mi sentencia por otra nueva: Mar del Plata es linda cuando no es verano.

    Mar del Plata 2022

    Tuvieron que pasar más de veinte años para que volviera a visitarla en su época de esplendor. Era el 2022 y una oferta del programa del gobierno PreViaje, que reintegraba un 40% de los gastos, me tentó. Le dije a mi pareja: “¿Y si vamos a Mar de Plata y hacemos unas vacaciones retro?”. Contratamos un paquete de “cinco días – cuatro noches” con micro, hotel en el centro y desayuno incluido. Un ofertón. Nos compramos unas sillitas y una esterilla para la playa, ya había promociones de fin de temporada. Eran los últimos días de febrero, las clases ya habían empezado, así que no todo iba a ser tan tremendo.

    El micro salía a la mañana temprano de la estación Dellepiane. Un territorio desierto y sobre todo a esa hora. Prestamos atención al anunció por pantallas y parlantes, para no perdernos el llamado. Finalmente, algo tarde, apareció el bus. Paseamos por todos los barrios de la zona sur de Buenos Aires antes de agarrar la ruta. Luego de unas siete horas, llegamos a Mar del Plata. Al ingresar al hotel, estuvimos unos cuantos minutos en la recepción hasta que asignaron las habitaciones al nuevo contingente. El edificio tenía una fachada moderna. Pero al subir al primer piso, su verdadera identidad se revelaba. A pesar de la modestia, era limpio y cumplía con lo mínimo indispensable: una cama cómoda y una ducha caliente. También tenía televisión con cable, un lujo.

    Después de almorzar algo fuimos directo a la Bristol, la playa principal del centro. Cruzar el umbral de puestos en la entrada del balneario es similar a circular por Once. Una vez atravesada esa línea de fuego nos pusimos en la tarea de encontrar una ubicación potable. Ya eran las cuatro de la tarde y tuvimos que caminar un rato. Nos acomodamos cerca del agua. Pude mojarme los pies en el mar; mi bautismo.

    Después tomamos unos mates y nos compramos unos churros para hacer la experiencia completa. Pude comprobar, un poco más tarde, que aplaudir cuando un nene se pierde en la multitud es un ritual que se mantiene. Esa noche también caminamos por la peatonal. No lucía como la recordaba, el fulgor de antaño era ahora decadencia y abandono. Lo único que seguía intacto era la aglomeración humana.

    Al día siguiente decidimos alejarnos un poco del centro y caminamos hacia el norte, por la zona de la Perla. Nos ubicamos en una playa con dos escolleras que formaban una herradura. Las olas eran altas y constantes. El cielo estaba diáfano, era pleno mediodía. Decidimos comprarnos una sombrilla por el bien de nuestra piel. Nos compramos para comer algo en un puestito. No recuerdo qué, solo que era grasoso. Luego jugamos al chinchón. Victoriosa me fui a meter al mar.

    Por la noche fuimos al Casino Central. Es un edificio monumental de 1939: imponente y hermoso. En su interior cobijaba cientos de personas concentradas en pantallas. La mayoría era gente de la tercera edad. Las arañas y alfombras tramadas contrastaban con el color estridente de los monitores. Más allá del salón de maquinitas, estaba el salón de ruleta clásica. Después de jugar una ficha y perder, nos sentamos en el bar a tomar un trago.

    La mañana siguiente nos despertamos con lluvia. Yo tenía plan alternativo, a esta altura ya no era Sacoa. Siempre marco puntos de interés en el Google Maps antes de ir a la ciudad a visitar. Caminamos bajo paraguas, la lluvia no era tan fuerte. Pasamos por Maral 39, el edificio donde se mató Olmedo, y unas cuadras más tarde llegamos a la Torre Tanque. Es un predio de Obras Sanitarias, un monumento histórico que brinda una vista panorámica de toda la ciudad. Después de escuchar la charla del guía y sacar unas fotos, bajamos. La lluvia se había puesto más difícil. Decidimos ir a comer al muelle de pescadores. Quizá no fue la mejor elección, nos empapamos hasta lograr entrar al lugar. Al terminar de comer coincidimos en volver al hotel, para sacarnos el mal humor y la ropa mojada. A la hora, el sol volvió a salir y se secó todo, pero por la hora nos pareció una buena idea ir a conocer el museo de arte provincial: MAR. Un lobo marino de diez metros de altura recubierto en papeles de alfajor Havanna, nos recibió en la puerta.

    Al día siguiente nos reencontramos con lobos marinos, esta vez los históricos de piedra que están en el centro. Nos sacamos la foto obligada para todo turista. Luego hicimos una parada en Torreón del Monje, para finalmente llegar a la Varese. La playa estaba al tope: en la edificación del balneario estaba saliendo al aire un programa de Carmen Barbieri. La playa es grande y abierta. El viento se vuelve allí particularmente envolvente, la misión sombrilla fue trabajosa. Una vez logrado el objetivo, los sanguchitos salieron de la heladerita.

    Cuando la tarde estaba avanzada volvimos caminando por la costa, una manera de despedirnos del mar. Acercándose la noche el escenario sobre la arena cambia: los mates son ahora cervezas, las familias son ahora adolescentes. De fondo, una avioneta rezagada anunciaba, por un parlante latoso, una obra de teatro con Nito Artaza.

  • Mariana Enríquez: “La infancia es cuando más miedo tenemos”

    Por Natalia Cejas

    Mariana Enríquez es una de las escritoras argentinas más importantes de la actualidad. Multipremiada y admirada por un gran público internacional, se dedica al género de terror integralmente en su faceta literaria. Es periodista y escribe en el diario Página 12 para el suplemento Radar. Entre sus obras más destacadas se encuentran el libro de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego (2016) y la novela Nuestra parte de noche (2019).
    Julio Leiva la entrevista para el ciclo Caja Negra. Allí, cuenta sobre sus primeros contactos con lo horrendo, ligados al contexto político opresivo de la dictadura.

    Mariana Enríquez

    ¿Seguís pensando que la infancia es cuando más miedo tenemos?

    Si, sin duda. Para mi todo lo que me contaban que me daba miedo era totalmente real. Yo no podía hacer esa distinción que hacés después de grande. Si no lo racionalizas y lo interpretas, en muchos casos tenés razón. Además, cuando ese miedo te queda marcado con otros miedos (políticos y sociales) ahí se te arma una pelota que probablemente no resuelvas nunca. Yo trabajo eso en literatura y otra gente lo utiliza en otras cosas.

    Hablando de la infancia y de fantasmas: sos de zona sur, una zona de fábricas abandonadas, un cordón industrial de la provincia de Buenos Aires que de a poco se fue desmembrando ¿Cómo era esa infancia, sobre todo en una época de terror como fue la dictadura? Alguna vez te escuche decir que tu casa era una casa en alerta y que vos vivías ahí en esa zona en un tiempo de terror y en una casa en alerta.

    Si, era un poco así porque mis padres no eran militantes ninguno de los dos pero ambos tenían amigos militantes. Entonces todas las conversaciones en casa eran con el presupuesto de saber que estábamos viviendo una dictadura y estaban matando gente. La orden hacia mi era: “no digas nada de esto”. Yo iba a una escuela de monjas además, porque mi mamá tenía la teoría, creo, que si me mandaba a una escuela del estado me iban a inculcar aún más el nacionalismo que con las monjas. No sé, se le ocurrió…

    Prefería la religión al nacionalismo.

    Si. Hay unas fotos re cómicas, porque me bautizó a los cinco años: hay un montón de bebés y yo con cinco años.
    Ese era el ambiente de casa como super misterioso. Yo recibía toda esa información, pero mi sensación no era que se estuviera viviendo una guerra ni nada que se le parezca. Quiero decir: ¿si hay un montón de muerte dónde está? Bueno, como fue la dictadura, sobre todo para la gente que estaba en esta posición de tener la información pero no estar ahí.
    El barrio, Valentín Alsina, es un barrio donde hay un montón de fábricas abandonadas. Yendo hacia el corazón del barrio está la fábrica de Campomar que fue aparentemente un campo de concentración, o lo están investigando. Era bien denso. Yo eso no lo sabía en ese momento, pero ya las fabrica abandonadas tienen algo muy de asesino serial ¿no?
    Y la época (años setenta, ochenta) también tenía algo muy de película de terror de sábado a la tarde. Te pasaban El perro diabólico, cosas así. Ese cine clase B. Yo vivía en ese mundo muy turbio. Después me fui a vivir a La Plata, que también es una ciudad que tiene toda su mitología misteriosa: los masones, el trazo que tiene. A la catedral (que supuestamente no la terminaron porque se cae por el peso) las estatuas de la plaza de enfrente le hacen cuernos con las manos…

    Podés ver la entrevista completa aquí

  • De Burzaco al mundo: LatinGeisha presenta El año del Dragón

    por Abril Soler

    Un breve recorrido por la trayectoria de la artista argentina que hoy se destaca con su segundo disco de estudio en el que experimenta con el pop y el hip-hop de crítica social.

    La primera vez que escuché a LatinGeisha fue totalmente de casualidad. Era 2023, caminaba por el que entonces era mi barrio en Banfield con el plan de encontrar a un amigo en el bar Garage ubicado sobre Av. Alsina.

    En la plaza El Campeón, justo al lado de la estación de tren, se desplegaba el festival Alboroto con todo un set de percusión imposible de ignorar. Automáticamente llamé a mi amigo para sumarnos a la movida.

    Después de bailar al ritmo de las congas de El Alboroto percusión, se presentó en el escenario LatinGeisha con la banda Plan Z. La combinación de estilos entre el Hip Hop, rock y pop era algo novedoso y placentero que pocas veces se encontraba en la escena local. La experiencia fue completa, con una banda que sonaba precisa y explosiva.

    Los siguientes días estuve escuchando en loop su primer álbum, Blessed (2022), seguido del Live session Katana(2023) con una increíble producción audiovisual encabezada por Altillo Records y 81clfs.

    La performance filmada en una vieja fábrica ubicada en Temperley al sur de Buenos Aires es un viaje de libertad creativa que juega con riffs oscuros, letras contundentes y guitarras al estilo de Nile Rodgers que trasciende todos los géneros.

    Conocida como LatinGeisha, Lara Jordán con sus 26 años demuestra ser una artista multifacética que no se encasilla y explora todos los ritmos. Directa y filosa como una katana, logra reflejar en sus letras la crítica social y el mundo injusto de la industria musical. Siendo fiel a su estilo, mantiene una estética inspirada en los cineastas Hayao Miyazaki y Quentin Tarantino.

    La artista oriunda de Burzaco vuelve a los escenarios esta vez para presentar El año del Dragón, su segundo disco de estudio. En esta oportunidad, trabajó con productores de estilos muy distintos: Maxi Prieto y Marcos Bori. De esta forma lograron un lado A y B que definen la evolución musical de Lara Jordán.

    Escuchá el albúm completo, El año del Dragón.

    El lado A fue con Marcos Bori, donde destacan temas como Letal, inspirado en los Bee Gees. Por otra parte, con Maxi Prieto se profundiza en el camino del hip-hop característico de LatinGeisha en Blindado. Además, exploran nuevos horizontes creativos en la producción audiovisual trabajando con Punto Nacho, referente del hip-hop.

    LatinGeisha se presenta el viernes 13 de septiembre a las 19 hs en Uniclub (Guardia Vieja 3360, CABA), entradas disponibles a través de Alpogo. Escuchá El año del dragón en plataformas de streaming (SpotifyTidalApple Music).

  • Close, una mirada sobre las separaciones forzadas

    por Natalia Cejas

    Portada Close

    Director: Lukas Dhont
    Países: Bélgica / Francia / Países Bajos
    Idioma: Francés
    Duración: 104 minutos
    Género: Drama / Coming-of-age
    Año: 2022
    Donde ver: MUBI

    Hace poco iba caminando en dirección a un parque cerca de casa. Un hombre se estaba subiendo a su auto y le dice a otro hombre que estaba en parado en un umbral: “¡Te quiero amigo!”. El otro respondió con reciprocidad: “¡Yo también amigo!”. Me sorprendí y enternecí al presenciar la escena: no estamos acostumbrados a la demostración de cariño entre hombres.

    Esta temática aborda la película Close, un coming-of-age que reflexiona sobre la dulzura y la masculinidad. Leo y Remi, sus protagonistas, son dos amigos de trece años que viven en un entorno rural soñado. La familia de Leo se dedica a la cosecha de flores, lo que se convierte en la excusa perfecta para regalarnos cálidos cuadros veraniegos. Los niños corren entre paletas de colores mientras huyen de seres imaginarios. Son libres, felices y cariñosos. Nada malo puede pasarles.

    Pero algo se rompe al comenzar la secundaria y la irrupción de la mirada de los otros. Sus expresiones de afecto son ahora reinterpretadas por sus compañeros. ¿Son gays? ¿Son solo amigos? ¿Acaso lo saben? El film se sumerge con sensibilidad en el caos de la pubertad y en las expectativas que el género presupone. ¿Cómo debe ser un hombre? ¿Debe ser sensible o rudo? ¿Tocar un instrumento orquestal o jugar al hockey sobre hielo? ¿Cómo debe acercarse al cuerpo de otro hombre? Son preguntas que nadie enuncia pero que Leo intentará responder a partir de las devoluciones aleccionadoras que irá recibiendo a su conducta. Para Remi, todo se tornará más difícil.

    La transición de la calidez a la frialdad está plasmada en dos aspectos. Por un lado, magistralmente en las actuaciones conmovedoras de los chicos. Y por otro, en el endurecimiento de la fotografía. Los colores vivos y cálidos del inicio mutan a colores fríos y pálidos, los planos conjuntos se parten ahora en planos individuales.

    La música es un elemento también muy importante en el film: Remi toca el oboe. En las primeras escenas el instrumento es un componente lúdico más. La música es juego. La banda sonora luego encauzará el devenir emocional y las palabras no dichas, irá tomando otra profundidad.

    Nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera y ganadora en el Festival de Cannes del Gran Premio del Jurado, Close resulta difícil pero ineludible para seguir pensando la reproducción de los mandatos patriarcales y el daño que causa en los hombres.

    https://www.youtube.com/watch?v=_D8a6XG8Do4


  • Opus Gelber: un libro hecho de música.

    Por Walter Alvarez

    Opus Gelber de Leila Guerriero, un libro que no es solo una biografía, sino una profunda exploración de la vida del pianista argentino Bruno Gelber. Con una prosa exquisita y un enfoque narrativo único, Guerriero revela la faceta más humana y contradictoria del músico, combinando periodismo narrativo con una estructura innovadora.

    En Opus Gelber la escritora Leila Guerreiro logra dos aciertos: Un acabado retrato de la apasionante personalidad del pianista argentino Bruno Gelber, y una exquisita prosa basada en una lograda estructura y un original punto de vista. Como ella misma dice, el libro no es una biografía de quien está considerado uno de los mejores pianistas del siglo XX, sino un perfil. Es decir, pinceladas de la vida del músico que lo muestran en su faceta más humana, más contradictoria.

    De este modo Opus Gelber no cuenta cronológicamente la vida del músico, sino que la aparición de los datos acompaña el ritmo de la investigación periodística que realiza la autora. En las primeras páginas, Gelber se muestra amable pero cauteloso. Pero a medida que el relato avanza la autora logra colarse en los rincones más profundos de su personalidad y el músico deja al descubierto su lado más reservado.

    Un artista desconcertante

    Así habla sueltamente de su homosexualidad, de su gusto por la frivolidad y la farándula, de las consecuencias psicológicas de la poliomielitis que padeció de chico y de la escasa relación con su hermana. El libro no profundiza en aspectos musicales, pero todo en él es música.

    La lectura de Opus Gelber tiene un plus y es la exquisita prosa de Leila y su creativa forma de presentar los hechos como si estuvieran sucediendo frente al lector. Con recursos del periodismo narrativo, cuando parece que todas las respuestas están sobre la mesa, surge un obstáculo y todo vuelve a empezar. ¿Quién es de verdad este hombre, por qué actúa de ese modo desconcertante? 

    La tapa del libro anticipa una gratificación final. Las manos sobre el piano no son las de Bruno –que tiene dedos más cortos y gordos, como él mismo se encarga de acentuar-, sino que se asemejan más a las de Leila –más finas y huesudas-. Es el traspaso a imagen de una sensación con la que el lector se quedará al finalizar la lectura. Que no solo ha leído la vida de un músico fascinante sino, sobre todo, un libro fascinantemente bien escrito. Dos talentos que combinados logran uno de los mejores libros sobre vida de músicos de la última década.